lunes, 3 de septiembre de 2012

CONCURSO LITERARIO 2012 - Bases


CONCURSO LITERARIO 2012
Instituto Beata Imelda

BASES

1)  Podrán participar estudiantes de todos los cursos del nivel secundario de Instituto Beata Imelda.
2) Los cuentos que participen del concurso deberán ser de autoría del estudiante.
3) Los cuentos deberán incluir (destacado con letra subrayada) alguno de los siguientes fragmentos de cuentos:
a.       Del fondo de la íntima casa un farol se acercaba: un farol que rayaban y a ratos anulaban los troncos, un farol de papel, que tenía la forma de los tambores y el color de la luna. Lo traía un hombre alto. No vi su rostro, porque me cegaba la luz. Abrió el portón y dijo lentamente en mi idioma
( Jorge Luis Borges, “El jardín de senderos que se bifurcan”)
b.      Quedamos en silencio, y por un momento sólo se escuchó el ruido del tren sobre las vías. No sé muy bien cuánto tiempo pasó, pero ella demoró en tranquilizarse. Después como si hubiese cometido una falta, apartó su mano de la mía y, sin mirarme, dijo: “Disculpeme señora, lo siento, discúlpeme por favor”. Su voz parecía serenarse: “Debo decirle qué sucedió, es… necesario que lo sepa”
(Sergio Aguirre, Los vecinos mueren en las novelas)
c.       He venido para decirte que anoche tuve un sueño contigo- me dijo-. Debes irte esta misma noche  y no volver a Viena, en los próximos cinco años.
(Gabriel García Márquez, G. “Me alquilo para soñar”)
4) Los cuentos deberán favorecer la reflexión, a partir de la caracterización de los personajes y/o de los conflictos que atraviesan, sobre, al menos, alguno de los siguientes valores: humildad, solidaridad, compromiso con el otro, fe, esperanza, caridad.
5) Modo de presentación:
a.       Escrito en procesador de texto (no a mano).
b.      Por triplicado.
c.       Firmado con pseudónimo.
d.      Dentro de un sobre de tamaño carta cerrado, en cuyo exterior sólo figure el pseudónimo del autor y la leyenda “Concurso Literario Beata Imelda 2012”. En el sobre deben estar las tres copias del cuento firmadas con pesudónimo y otro sobre más chico, dentro del cual debe encontrarse una hoja en la que conste:
                                                               i.       el pseudónimo,
                                                             ii.      el título del cuento,
                                                            iii.      el nombre verdadero del autor y el curso.

6) Plazo: los cuentos deberán ser entregados a los profesores de Lengua y Literatura hasta el viernes 28 de septiembre.

martes, 5 de octubre de 2010

Nuevo plazo

Se pueden entregar los textos para participar del concurso literario hasta el viernes 15 de octubre.

martes, 17 de agosto de 2010

Concurso Literario 2010: bases y descarga de presentación con imágenes

CONCURSO LITERARIO 2010
Instituto Beata Imelda

BASES

• Podrán participar estudiantes de todos los cursos del nivel secundario.
• Deberán presentar cuentos o poemas de su autoría, escritos en computadora y por triplicado.
• Los cuentos o poemas deberán estar relacionados con alguna de las imágenes de la presentación del powerpoint “200 años de pintura argentina”. Al finalizar el cuento o poema, debe figurar el título del cuadro o escultura que funcionó como disparador del texto presentado.
• Estas bases y la presentación de powerpoint se pueden descargar del blog www.concursoliterariobeataimelda.blogspot.com
• Las obras deberán estar firmadas con pseudónimo.
• Los trabajos deberán ser colocados en un sobre con el título “ Concurso literario 2010”
• En el interior de otro sobre, que tendrá el mismo título en el frente, colocarán los datos personales del alumno (nombre y apellido, curso y el pseudónimo elegido).
• Los cuentos deberán ser entregados a los profesores de Literatura hasta el viernes 8 de octubre.


Descargar la presentación de Powerpoint con las imágenes:
Versión Powerpoint 2007 http://www.gigasize.com/get.php?d=0rxmmtzm2zf
Versión Powerpoint 1997-2003: http://www.gigasize.com/get.php?d=sshv5jzyhdf

domingo, 8 de agosto de 2010

Concurso Literario 2009 - Cuentos seleccionados

En tiempos de amor
Amira Majdalani - 4º Bae

Casi abstracta en el atardecer, o como devastada por la desolación, era igual a cualquier inocente estación de pueblo. Ni más miserable o fantasmal, ni más pérfida. Bajé de mi tren. Envuelto en el crepúsculo, un vigilante fumaba contra un cerco. No vi otro ser viviente. No vi un perro, no vi un pájaro. El silencio tenía color, era como ceniza. Las vías, lejos, se juntaban al doblar un recodo. Pensé: las paralelas se cortan al infinito. Y de pronto me acometió una violenta necesidad de regresar. No podía volver. Había elegido cambiar mi rumbo hacia un nuevo destino. Atrás dejaba una parte de mi vida. Mi familia, mi amiga Catalina… mi novio Santiago. Todo había llegado a su fin. Una discusión con él, nuestras diferencias, habían determinado la distancia que en aquél momento nos separaba. No sabía como iba a hacer para continuar. Él era mi oxígeno. Tenía que acostumbrarme a respirar un aire que no me pertenecía.
Recobré mi aliento y comencé a caminar por aquella solitaria estación. Era casi el mediodía. Me extrañaba no poder observar en ese santiamén, una película de personas caminando de una punta a la otra, chocándose entre sí, pisándose los talones y hablando estrepitosamente por sus celulares.
Cuando finalmente pude abandonar aquél escalofriante lugar, tuve que alzar mi mano en dirección al sol, ya que éste, me producía ceguera. Me hallaba en el centro de la ciudad de Río de Janeiro. Me dirigía al Cristo Redentor, una de las siete maravillas del mundo. Mi familia me había apoyado con mi alocada idea de conocer a cada una de ellas. La había considerado una manera de escapar de Mar del Plata, mi ciudad natal, para olvidarme de mi complicada historia de amor. No pude evitar recordar en ese instante, la primera vez que había visto aquellos profundos y dulces ojos del color de la miel. Había sido durante el cumpleaños número 17 de mi amiga Catalina, en un bar. Yo me encontraba absorta en mis pensamientos, sentada en un rincón de aquél lujurioso lugar.
- Buenas noches, mucho gusto. – musitó suavemente. Mis palpitaciones comenzaron a acelerarse. Un escalofrío inundó mi cuerpo. En aquél momento mi vida había cobrado sentido. Una llama adentro mío se había encendido. Ya no había razón en mi corazón. Solo me había llevado tres minutos percatarme de que él era especial y que no existía nadie más. Me había olvidado de todo mí alrededor. Mi boca no emitía sonido alguno. Nos embriagamos con la música y dimos comienzo a nuestra historia de amor.
Tuve que volver a mi realidad al sentir cómo la gente me empujaba para caminar por una angosta vereda. Me introduje dentro de un taxi, que previamente había detenido con mi dedo índice, y me dirigí al cerro del Corcovado. Luego subí lentamente unas escaleras, que parecían no tener fin, hasta el Cristo Redentor. El calor era sofocante pero el día era precioso. Una multitud de personas de diferentes lugares del mundo me acompañaban. La vista que se apreciaba desde allí arriba no se podía explicar. Era increíble. Les pedí a unos brasileños que me tomaran una fotografía junto al pie del Cristo.
Cuando comencé a sentir el peso de mi mochila en mi espalda, decidí descender a la playa. El trayecto me demoró dos horas, pero finalmente arribé y me senté sobre la arena blanca. Llevé mis rodillas hacia mi pecho y abracé fuertemente mis piernas. Las personas que me rodeaban se introducían en el mar, se divertían, eran felices. Deseé que me compartieran un pedacito de esa felicidad. El viento acariciaba mi rostro. Otro recuerdo apareció en mi mente. Me hallaba en la playa de Mar del Plata disfrutando de la compañía de Santiago. Era de noche. Habíamos decidido caminar a lo largo de un acantilado que poseía forma de medialuna. En mi mano, se ocultaba el capullo de una rosa roja. Santiago había tomado la costumbre de regalarme uno cada vez que nos veíamos. Caminábamos uno al lado del otro. El silencio se apoderaba de nosotros. Fue en aquél entonces cuando había probado la miel de sus labios.
Ahora, ya no podía olvidarme de su mirada. Codiciaba su perfume. Añoraba su forma de hablar, de expresarse, de pensar. Anhelaba su voz. Lo extrañaba. Lo necesitaba. Pero ya era tarde. Debía ser fuerte y luchar contra esa tentación, aunque ya sabía que a mi corazón lo había dejado con él. A pesar de la inmensa distancia que se disponía entre nosotros, lo sentía más cerca que nunca.
Una silenciosa lágrima recorría mi mejilla. Respiré profundo y me encaminé hacia el hotel. Quería arribar antes de que se apagara el día. Una vez en el cuarto, desempaqué mis objetos personales y luego me dirigí al salón de comidas. En una de las paredes, había un panel colgado con papeles informativos, sobre distintas actividades que se podían llevar a cabo dentro del edificio. Uno de esos anuncios proclamaba un encuentro entre personas que se deleitaban con la música.
A la mañana siguiente, desayuné en el hotel y me dirigí a una habitación donde se iba a realizar el encuentro musical. El grupo estaba compuesto por 6 integrantes, incluyéndome. Mi gran talento era el piano. Me senté frente a él. Rocé con mis dedos las teclas y dejé que la melodía me guiara. La música llevaba a mi mente a terrenos desconocidos. Sin embargo, siempre estaba él. Sea donde sea, él aparecía. Todo me recordaba a Santiago. La playa, el aire, el piano. Todo había sido acariciado por él. El dolor se hacía inaguantable. Me detuve. El encuentro había finalizado. Uno de los jóvenes se acercó hacia mí para asegurarse de que me encontrara en perfectas condiciones. Debió de haber observado mi sufrimiento reflejado en mi semblante. Agradecí su amable preocupación.
Decidimos almorzar todos juntos como cierre del encuentro. Al salir del hotel, nos detuvimos en la esquina para elegir el restaurante. Se había corrido la voz sobre el inconveniente que había sufrido mientras tocaba el instrumento. Por eso, todos trataban de animarme gentilmente. Lograron arrancarme una sonrisa y pude reírme durante unos minutos. Las personas que marchaban por la misma vereda, me observaban extrañados debido a mi conducta poco común.
Al día siguiente me despedí de aquellas personas cordiales que había conocido y partí hacia Perú. Visité las ruinas de Machu Picchu. Luego di una vuelta por México. Viajé a la ciudad de Petra, en Jordania. Caminé por la gran muralla China. Aprecié el Taj Mahal y finalmente recorrí Roma para conocer el Coliseo. Viví unos meses allí antes de dirigirme a París, donde me hospedé durante otros meses más. Siempre transitaba acompañada por un dulce recuerdo que poseía sólo un nombre.
Retorné a mi hogar luego de cuatro largos años. No veía la hora de volver a ver a mis seres queridos. Les había traído regalos de cada uno de los lugares que había visitado. Luego de recibir los abrazos familiares, me dirigí a la casa de Catalina. Quería saber sobre su vida, qué había sido de ella.
Cuando la vi, no podía creer lo que había cambiado. Por suerte seguía siendo ella misma interiormente. La abracé vigorosamente. No me había percatado de lo que la extrañaba. Ya le faltaba sólo un año para recibirse de médica. Estaba muy orgullosa de ella.
El resto de mis amigos se fueron enterando de mi llegada. Algunos me iban a saludar en la casa de mi amiga. Otros, se limitaban a llamarme por teléfono. Era la decimocuarta vez que sonaba. Ésta vez, dejé que mi amiga no contestara. Una dulce voz me había respondido. Era él. El teléfono se deslizó de mi mano. Me quedé paralizada. Mi mente se encontraba en una nebulosa. No quería pensar. No quería sentir.
Abandoné rápidamente la casa de Catalina y me encaminé a mi hogar. Estos cuatro años no habían logrado su objetivo. Lo recordaba y lo extrañaba como al principio. Dos horas trascurrieron lentamente. Tuve un impulso desenfrenado. Corrí y corrí hasta llegar a la playa donde se hallaba el acantilado con forma de medialuna. Al arribar, cerré los ojos. Sentía la suave brisa acariciándome el rostro y la melodía que producían las olas al romperse contra los peñascos. Cuando decidí abrirlos, observé el contorno de una persona que se hallaba a varios pasos de mi ubicación. Me acerqué paulatinamente. Para mi sorpresa, se trataba de una roca. No sabía en dónde tenía la cabeza. La razón no existía en mí.
- Buenas tardes, mucho gusto – susurró una voz suave como el terciopelo detrás de mí. Giré sobre mi misma. Era él. Mis palpitaciones comenzaron a acelerarse. Un escalofrío inundó mi cuerpo. Me había olvidado de todo mí alrededor. Mi boca no emitía sonido alguno.
- Sabía que vendrías primero a éste lugar – prosiguió mientras trataba de recobrarme.
- Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos – musité torpemente.
- No he podido dejar de pensar en vos.
- ¡Que falacia!
- Por supuesto que no. Visité a tus padres. Me contaron de tu proyecto inútil de viajar a los lugares en donde se encuentran las siete maravillas del mundo… y te fui a buscar.
No comprendía lo que me estaba diciendo. Era imposible. Lo hubiera reconocido a metros de distancia.
- No te vi en ningún momento… ¿y por qué le dices inútil a mi proyecto?– pregunté.
- Porque esas no son las verdaderas maravillas del mundo.
- ¡¿Qué?! A ver… ¿y cuáles son? – farfullé burlándome de él.
- Poder ver tu rostro cuando sonríe, poder escuchar los latidos de tu corazón, poder tocar tus suaves mejillas, poder probar el néctar que esconden tus labios, poder sentir tu perfume exótico, poder reír cuando me encuentro a tu lado… poder amarte… ¿qué sería la vida sin ellos?
No sabía qué responderle. Fue bello e irreversible lo que había dicho. Pronuncié lo primero que se me vino a la mente.
- Entonces dijiste que me fuiste a buscar…
- Rosario, te fui a buscar. En Brasil. Observé como te reías junto a un grupo de personas en la vereda del hotel donde te hospedabas. Debo admitir que me dolió no poder ser parte de tu felicidad… pero si tú eres feliz con quien sea, donde sea… yo seré feliz.
- ¿Llamas a eso felicidad? ¿Acaso no percataste de que mi felicidad se encuentra al lado tuyo?
- Se supone que las personas que arriban al paraíso encuentran la felicidad.
- Brasil no es el paraíso. El paraíso no es el lugar a donde queremos llegar, son los momentos en los que nos sentimos más felices. ¿Te acordás cuando te pregunté si me ibas a amar para siempre?
Santiago asintió.
- Y yo te respondí que mucho más tiempo que eso.
- En ese momento comprendí lo que era el paraíso – susurré.
El silencio se hizo partícipe.
- Entonces… ni la distancia nos pudo separar. El destino nos volvió a unir. Todo éste tiempo sentí que cuanto más transcurrían los días, más me alejaba de vos. Me aferraba a esa mera ilusión de volver a verte. Todo éste tiempo… para mí ha sido eterno. Los días y las noches se sucedían unos a otros con tanta lentitud, que mi agonía se hacía interminable. El entusiasmo se había esfumado de mi ser y las ganas de vivir me eran desconocidas. De vez en cuando, compraba una rosa roja. Cuando cerraba mis ojos, al percibir el aroma… aparecías en mi mente. Una sonrisa se dibujaba en tu rostro. Me dormía sonriéndote, con el delirio de despertarme y encontrarte en la playa, caminando a lo largo del acantilado con forma de medialuna. Al despertar y percatarme de mi triste realidad, mi deseo… no era otro que volver a adormecerme para observar tu semblante – musitó.
Sus palabras habían sido sinceras. Compartíamos el mismo sufrimiento.
- ¿Será éste el final o el comienzo? - indagué.
- El amor verdadero no tiene final ni comienzo. Simplemente existe… y perdura.
Ahora me sentía completa. Éramos una unidad. No lo dudé ni un segundo. Me lancé a sus brazos y me hundí en ellos. Comprendí el verdadero significado de las siete maravillas. Para cada uno de nosotros podían ser diferentes. Para él yo era su octava maravilla, la más importante y perfecta. Para mí, las siete maravillas ya no existían. Él había opacado todo lo que podía ser dotado de hermosura y perfección.


Cincuenta y dos años después…
Habíamos visto crecer a nuestros hijos y nietos. Caminábamos uno al lado del otro. Miré sus ojos. Mis palpitaciones comenzaron a acelerarse. Un escalofrío inundó mi cuerpo. Me había olvidado de todo mí alrededor. Mi boca no emitía sonido alguno. La llama adentro mío no se había apagado. Continuaba intacta desde la primera vez que mis ojos se habían posado en los de él. Santiago tomó fuertemente mi mano libre, ya que en la otra, llevaba una rosa roja.
- De tu mano por siempre – concluyó.


El principio.



-------------------------------------------------------------------------------

Doce rosas rojas
Sofía Sánchez - 4º Bags

Casi abstracta en el atardecer, o como devastada por la desolación, era igual a cualquier inocente estación de pueblo. Ni más miserable o fantasmal, ni más pérfida. Bajé de mi tren. Envuelto en el crepúsculo, un vigilante fumaba contra un cerco. No vi otro ser viviente. No vi un perro, no vi un pájaro. El silencio tenía color, era como ceniza. Las vías, lejos, se juntaban al doblar un recodo. Pensé: las paralelas se cortan al infinito. Y de pronto me acometió una violenta necesidad de regresar.
El vigilante me relojeó. Bajé la cabeza y caminé hacia la salida. Desemboqué en una calle de casas y baldíos enfilados hacia el horizonte. Continué mi recorrido por la vereda de la sombra. Me entretuve mirando el reflejo de los últimos rayos de sol en las hojas de los árboles. Quién habría pensado que después de tanto tiempo volvería por allí, todo por una carta. Una carta que me había llegado dos días atrás. (Creo que la guardé por aquí…)
Querido Pedro,
Espero que estas líneas te encuentren con buena salud. Hace mucho tiempo que no hablamos y el otro día estaba rememorando aquella época que compartimos. Qué te puedo decir de mi vida… acabé de tener a mi tercer nieto. Varón y con una salud de hierro, se llama Valentín.
Esta alegría me llevo a pensar en lo que hubiera ocurrido si me hubiera casado contigo. No puedo evitar pensarlo y cada día que pasa me vuelvo más impaciente por saber qué es de tu vida ¿También tuviste nietos?
Por eso, me preguntaba si querés venir para el pueblo, así charlamos un poco de nuestras vidas. No te sientas obligado a aceptar, me imagino que ya tendrás planes para esta semana. En el caso que puedas venir, te esperaré a las siete en nuestro lugar.
Espero la contestación con muchos deseos.
Con amor,
Clara
Me quedé atónito cuando llego la correspondencia, pero luego de leer la carta, escribí presuroso una contestación asegurando que iría allí. Después de todo quién es capaz de negarse al único amor de su vida, ¿no te parece?.
Continué caminando por la calle en la que solía jugar. A medida que avanzaba, noté que las casas lucían un brillo opaco. Pero, lentamente comenzaban a iluminarse por sus propias luces. Miré mi reloj. Eran las seis y media. Todavía era temprano. Además, según recuerdo, ella siempre llegaba tarde.
Los faroles principales se encendieron en un intento de resistencia contra la oscuridad de la noche. Dejé que ellos me guiaran como tantas otras veces lo habían hecho.
Llegué a las pocas calles que los vecinos llamaban centro. Algunas personas estaban haciendo las últimas compras del día. El almacén en el que me abastecía de dulces ya no estaba, el cine se había convertido en un cyber. La única construcción que reconocí fue una florería. Allí compré una docena de rosas rojas.
De lejos, observé la plaza, decorada con luces y guirnaldas por navidad. Luego de respirar profundo, di un paso hacia delante. Temía no llegar a reconocer a aquella persona tan importante en mi juventud, que los rasgos de los cuales me había enamorado se hubieran borrado sin dejar rastro alguno. Recordaba vivamente sus ojos de color miel que brillaban con cada sonrisa, su caminar gentil y su pelo dorado.
Me detuve en el centro de la plaza. Nadie esperaba allí. Examiné con anhelo las pocas personas que pasaban, tratando de encontrarla. Al no verla, me reconforté a mi mismo pensando que llegaría tarde como de costumbre. Mire el reloj y eran las siete y diez. La plaza se iba vaciando. A las siete y media me encontraba solo escudriñando la oscuridad. Cuando se hicieron las ocho y todavía no había llegado creció mi inquietud (Si le hubiera pasado algo, no me lo habría perdonado).
De pronto, comencé a rememorar el momento en el que nos conocimos. Fue en esa misma plaza, yo estaba con mis amigos y ella pasó. Mantuve mi mirada en ella. Lo demás sólo era el marco de una obra de arte. Sentí miedo de no poder verla otra vez y corrí hacia ella. Cuando llegué a su lado, me quedé sin habla. Sin embargo, Clara me saludó y preguntó por mi nombre. Le contesté titubeando, pero al observar su expresión, reuní el valor suficiente para ofrecerle mi compañía hasta su casa. Desde ese momento, comenzamos a salir muy seguido.
(Seguramente, te estarás preguntando porque no nos casamos si nuestro amor parecía tan grande. El inconveniente fue el interés del padre en que se noviara con un ricachón de la ciudad. Yo le parecía poca cosa al lado del hijo de un reconocido doctor de la ley.)
Nuestro lugar de encuentro lo hallamos en uno de nuestros paseos. Cercano a la costa de nuestro río, había un rosedal con una vista muy bonita. Desde esa posición se veía la luna iluminando las aguas y la ribera este en donde crecían árboles adornados con flores todo el año.
Lo llamábamos nuestro pequeño paraíso secreto… (¡Sí! Recién ahí reconocí que estaba en el lugar equivocado) en ese momento, comprendí la razón de su tardanza. Caminé rápidamente y sin demora por un atajo que doblaba hacia la derecha.
Luego de diez minutos de caminata vi el rosedal. Pensé que mis ojos mentían, pero en un banco alguien estaba sentado. Sostuve fuertemente el ramo de rosas rojas y me dirigí hacia el banco. Las estrellas recobraron el brillo que pensé perdido hace tantos años. (Antes, te había dicho que tenía miedo de no reconocerla, ¡Qué equivocado que estaba!) Volví a observar sus ojos color miel mientras me decía Tenía miedo de que cambiaras de idea… de que lo nuestro había sido olvidado hace años y que ya tuvieras un nuevo amor.
No Clarita, tú fuiste mi único amor y por el único que esperaría tantos años.

FIN

----------------------------------------------------------------------------------

(Sin título)
María Victoria Trotta – 2º Bae

Casi abstracta en el atardecer, o como devastada por la desolación, era igual a cualquier estación del pueblo. Ni más miserable o fantasmal, ni mas pérfida. Baje de mi tren. Envuelto en el crepúsculo, un vigilante fumaba contra un cerco. No vi otro ser viviente. No vi un perro, no vi un pájaro. El silencio tenía color, era como ceniza. Las vías lejos, se juntaban al doblar un recodo. Pensé: las paralelas se cortan al infinito. Y de pronto se acometió una necesidad de regresar…

Apenas mis pies tocaron el piso polvoriento de aquella estación, sentí que corría en mis pulmones un aire diferente al que estaba acostumbrado a respirar, pero no podía volver, no podría llegar siendo lo que soy ahora. No sé si quizá lograre olvidar lo que paso esa noche, no sé si mi mente esconderá ese recuerdo, para que no me atormente hasta el DIA en que yo ya no esté en este mundo, si de algo estoy seguro es que yo no fui el culpable.
Mire a mi alrededor, pero no vi Ningún rastro de gente, excepto ese vigilante... Tan solitario como jamás vi a una persona, lentamente se acerca y me interroga diciendo lo siguiente:
-Buenos Días – dijo amablemente.
- Buenos Días – Respondí.
Hubo un silencio por unos minutos, apenas se imaginaba que estaba frente a un adolescente, sin rumbo ni guía. Por eso utilice las mejores palabras que mi mente pudo improvisar, para que no sospechara sobre mi edad. Simplemente recordé algunos términos muy comunes en mi padre, levante la frente y le dije:
- Por lo que veo es un pueblo abandonado, me gustaría saber si hay alguna posibilidad de encontrar algún hotel de alojamiento. –Nervioso, mantuve la mirada como si realmente fuera un Señor.
- El respondió: - Este no es un pueblo cualquiera, si quiere alojamiento sigua por el sur hasta llegar al pueblo de las Ruinas Del Monte, ahí va a encontrar gente que lo ayude.
Fui a buscar mis valijas, unos metros atrás, al darme vuelta el vigilante había desaparecido, como si la tierra lo hubiera tragado. Empecé a caminar tal me había dicho el hombre, camine por la ruta alrededor de dos horas hasta encontrar un cartel con el nombre del pueblo: Las Ruinas Del monte.
El cartel estaba destruido como si años hubieran pasado sin que nadie viniera al pueblo, a la distancia reconocí un bar, camine hacia allí y al asomarme por la ventana vi a los clientes , personas extrañas, pálidas , blancas como la nieve , y tiesas como el hielo , al adentrarme en el local , me atendió una mujer , sobre su delantal decía su nombre: Rosie , amablemente le dije: - Buenos días , mi nombre es Nicolás Del Vito y necesito si fuera tan amable un mapa del pueblo junto con la dirección de un hotel para alojarme por un tiempo.
Ella con una sonrisa seca contesto:
- Nicolás, extraño nombre... con gusto le daré el mapa, hay un hotel por aquí cerca se llama la niebla, cuando salga siga derecho por la iglesia, se va a encontrar con una casa grande, continué unos metros y se topara con él.
- Gracias.- Respondí amablemente.
Aproveche para comer algo , pedí lo más rápido que saliera , cuando llego el pedido , al probarlo estaba helado , todo mi cuerpo se lleno de frió , me asuste de tal manera que deje la cuenta paga y me fui lo más rápido que pude , al caminar observe que la moza me seguía con la mirada desde la ventana , una mirada tenebrosa , que causo en mi una sensación que me era familiar… pase por la iglesia , luego por la casa , al llegar al hotel me adentre en lo que aparentaba ser la recepción , estaba tan vacía que preferí no hablar solo espere sentado en un asiento a que alguien llegara , de repente un Hombre me susurra en el oído: -¿Quién es y que necesita?
Salte del susto, muy nervioso dije mi nombre y mi apellido, mostré mi documento y casi tartamudeando le pedí una habitación, muy nervioso espere que no se diera cuenta de que el documento era falso, pero no lo noto, apenas lo miro.
Me dio las llaves de mi habitación, la 603.
Sigilosamente me adentre en la habitación, había una cama, un televisor y el baño, junto a la cama una mesa ratona con un cajón, curiosamente abrí el cajón para ver si encontraba algo pero no había nada, simplemente me dedique a descansar. En el medio la noche me desperté como una ráfaga, había ruidos extraños , me acerque a la ventana y al abrir la cortina me sorprendí al ver que la moza del bar estaba en el medio la ruta mirando hacia mi ventana , fijamente… cerré la cortina lo más rápido que mis manos pudieron hacerlo, me acosté en la cama tome mi teléfono , estaba por llamar a mi casa , estaba atemorizado por esta historia de película que no tenia fin , al discar en número me di cuenta de lo cobarde que estaba siendo , tenía que ser fuerte , después de todo , era un hombre.
Solo me recosté sobre la cama y dormí hasta que se hizo de DIA, cuando amaneció me levante de la cama y fui a hablar con el recepcionista, para preguntarle que paso anoche.
El hombre muy inquieto respondió que son ruidos normales en los hoteles de la ruta... y al preguntar por aquella mujer del bar, me dijo que nadie estuvo en la ruta esa noche, y que no hay ningún bar con esas características ni sin ellas en el pueblo…
Le agradecí por su ayuda al recepcionista, tome mis cosas y me fui de aquel hotel. Intente volver a la estación para buscar otro tren, pero cuando llegue algo había cambiado, el vigilante se acerco a mí como si no me conociera y me dijo:- Buenos Días.
Le dije: Buenos Días, yo soy el que estuvo por aquí ayer, quisiera saber cuando viene el tren que me trajo hasta aquí.
El respondió lentamente: El tren que a usted lo trajo es solo un tren de ida, no sales una vez que entras, porque ya no puedes volver a vivir cuando estás muerto.

- No estoy muerto. Respondí
- Claro que lo estas, desde bajaste de ese tren que lo estas. ¿Es que no te has dado cuenta? Las únicas personas que pueden subir al tren son los que abordan para no volver, es un tren que te lleva más allá de la vida y de la muerte, te lleva al cielo o te lleva a donde estas tu en este mismo momento.
- ¿Dónde estoy?
- En La Tierra de los muertos, El infierno.

martes, 15 de septiembre de 2009

Se extiende hasta viernes 25 de septiembre el plazo para participar del Concurso

Hay una semana más!
Ya no quedan excusas para no participar.
La nueva fecha límite es el viernes 25 de septiembre.

lunes, 31 de agosto de 2009

Consignas y bases - Concurso Literario Beata Imelda 2009

CONCURSO LITERARIO 2009 - Beata Imelda

• Elegir una de estas consignas y desarrollarlas:

Consigna Nº1


Incorporar en algún momento de tu relato una o todas estas frases:

a) Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua… (Julio Cortázar, “Casa tomada”)

b) Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren… ( Julio Cortázar , “Continuidad de los parques”)

c) Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche… ( Jorge Luis Borges, “Ruinas circulares” )

Consigna Nª 2

Escribir un relato que comience con una de estas introducciones:

1) -¿Vendrás mañana?... – pregunté con ansiedad; asintió con un movimiento.
Tumbé la cabeza en su regazo, mi cara se pegó a la piel tibia del antebrazo. Al reverberar, el sol me hacía fruncir los ojos; al fin los cerré lentamente, con gozo de deslizarme en una barranca cubierta de pasto verde.
Todo había sucedido en menos de dos meses. Me parecía imposible. Y sin embargo, había tenido la intuición, casi la certeza, de que ese algo extraño que ahora cambiaba mi vida llenándome a veces de embeleso y deleite, otras de turbación y vergüenza, había de llegar a mí y posesionarse de todo mi cuerpo en aquel verano… (Abelardo Arias, “Álamos talados”)

2) Todas las noches, antes de acostarse, ordena su colección de objetos preciosos: una araña pollito sumergida en formol, un talismán de hueso que tiene la virtud de curar orzuelos, un mono de chocolate, recuerdo de su último cumpleaños, y la famosa medalla de su tío, que los chicos del barrio envidian…. ( Juan José Hernández, “La señorita Estrella” )

3. Casi abstracta en el atardecer, o como devastada por la desolación , era igual a cualquier inocente estación de pueblo. Ni más miserable o fantasmal, ni más pérfida. Bajé de mi tren. Envuelto en el crepúsculo, un vigilante fumaba contra un cerco. No vi otro ser viviente. No vi un perro, no vi un pájaro. El silencio tenía color, era como ceniza. Las vías, lejos, se juntaban al doblar un recodo. Pensé: las paralelas se cortan al infinito. Y de pronto me acometió una violenta necesidad de regresar…. (Abelardo Castillo, “Triste Le Ville”)

Nota: En el relato deberá presentarse como tema alguno de los siguientes valores:

- fortaleza
- solidaridad
- aceptación del otro
- alegría


Bases

• Podrán participar alumnos de todos los cursos de la secundaria Beata Imelda.
• Los alumnos podrán presentar cuentos de su autoría, escritos en computadora y por triplicado, a partir de las consignas de escritura propuestas por los profesores.
• Las obras deberán estar firmadas con un pseudónimo.
• El o los trabajos deberán ser colocados en un sobre y en el frente del mismo colocarán el seudónimo y la categoría.
• En el interior de otro sobre, que también tendrá el pseudónimo en el frente, colocarán los datos personales del alumno (Nombre y apellido, curso, teléfono y el pseudónimo elegido)
• Los trabajos deberán ser entregados a los profesores de Lengua y Literatura.



Cronograma

• Se recibirán los trabajos hasta el viernes 18 de setiembre.

sábado, 29 de agosto de 2009

Concurso Literario 2008 - Ganadoras categoría "Cuento": Sofía Sánchez y Amira Majdalani - 1º Premio (compartido)

Debajo de la alfombra

Por Sofía Sánchez

Hace mucho que no escribía. Aunque lo necesitaba, estaba limitado por la falta de elementos: pluma y papel, comunes para cualquiera, pero vitales para seres como yo. Si hubiera analizado detenidamente cada frase esbozada en mi vida y las consecuencias a las que llevaría, estoy completamente seguro de que no me hubiera atrevido a rasgar la pluma contra el papel.
He decidido que lo mejor a realizar en este momento es que personas ajenas a los sucesos ocurridos los conozcan y analicen. No temo ver mi credibilidad minada o simplemente que nadie lo llegue a leer.
BASTA. Como dijeron otros antes que yo y como ustedes deben estar pensando en este momento, seamos directos.
Toda mi vida ha girado en torno a la formación de un personaje, he puesto más énfasis en crearlo a él que en conformar mi propia estadía en el mundo. A medida que yo crecía, él crecía a la par y mientras yo experimentaba errores, él aprendía de ellos. Todos mis sufrimientos, expectativas y frustraciones estaban depositados en él. Podría decirse que el señor Arthur Rolf era un hombre excéntrico y solitario.
Semanas atrás, por fin comencé a relatar su historia, no toda su vida porque me hubiera llevado mucho más tiempo, pero sí anotaciones del hecho que cambió su vida o que sin notarlo terminó con ella y con la mía. Estaba tan inspirado y había esperado tanto por ello que ese mismo día, el cuento estaba terminado. Al dejar la pluma tuve la sensación de que él no estaba feliz con el final que había elegido. Tuve miedo de mi propia redacción. Un temor indescriptible me hizo guardar con rapidez los papeles bajo llave, pero era demasiado tarde, ya estaba sucediendo.
Me pareció sentir que Arthur se vengaba, percibir su deleite al verme sufrir lo mismo que el había sufrido. Reconocí movimientos debajo de la alfombra, me volvía loco. Probé todo lo que se me ocurría. Llegué a pensar en romper el cuento que con tanto trabajo había creado, otra de mis locuras seguramente. Por temor a la tentación de seguir escribiendo tiré los frascos de tinta, las plumas y papeles.
Ahora, más relajado, acepté mi fin. Aprovecho esta última noche para dejar al menos, un registro de mi paso por esta vida. Aunque agradezco el desenlace elegido, la locura abre caminos inexplorados. Impacientes por ser descubiertos. Anhelando este logro me despido. Está volviendo a suceder.
No me queda mucho más tiempo, están por llegar. Adjunto algo que quizás les ayude a comprender, el principio del final.

Sealer Hurt

Junto a esta hoja de papel se encontraba una redacción corregida muchas veces y un poco desorganizada.

Arthur Rolf vivía rodeado de un hermoso paisaje en las afueras de Londres. Visitaba a diario un cercano bosque, donde acostumbraba llevar un libro, siempre y cuando no sentía un arrebato de furia (muy seguidos en su rutina diaria) que lo obligaba a relajarse sentándose entre los árboles. Esa era la mejor forma que había encontrado para contrarrestar la ira. Pero los días que llevaba un libro se quedaba allí hasta terminarlo, se recostaba y reflexionaba. Intentaba encontrar la moraleja del cuento en su camino a casa. A veces sus cavilaciones lo llevaban hasta el sillón frente al fuego hasta que el sol se ponía y la tarde iba quedando atrás poco a poco. Luego, comía una cena frugal para volver a sentarse frente a la chimenea hasta que llegara la hora de ir a la cama.
Arthur Rolf había formado una constante rutina, o la rutina lo había formado a él, como un círculo sin comienzo ni final.
El sol se encontraba de un rojo inusual, irradiando su último rayo sobre los árboles. Arthur decide volver a su casa. Definitivamente no podría terminar el libro ese día. El último trecho del camino lo realizó a oscuras. Al llegar, prendió las luces y se sentó a terminarlo frente a la chimenea. No le agradó, en los últimos días no le gustaba ningún libro. Los finales eran pésimos a su entender. Decidió levantarse del sillón cuando un terrible temblor sacudió la casa. Con rapidez se ubicó debajo del marco de la puerta. Desde allí, observó cómo la alfombra del piso se levantaba. Al instante, el terremoto cesó y el Sr. Rolf decidió dirigirse a su cama. Por la mañana todo habría pasado.
Pero el día traía nuevas sorpresas. Como todos los sábados, Arthur se dirigía al mercado central. No notó ningún cambio en el aspecto del paisaje, por ende supuso que el terremoto había sido ínfimo.
Cuando llega al mercado intercambia unas palabras con el comerciante. Él le dice que en ningún momento había notado temblor alguno. Arthur Rolf, realizó todo el camino de regreso meditando por qué era la única persona que había percibido el movimiento de la tierra. Buscó hasta el cansancio una respuesta: seguro el comerciante vivía millas lejos de él. Con sinceridad pensó que esa idea no lo contentaba mucho.

Pasaron dos semanas y volvió a suceder. Arthur se encontraba escribiendo cuando la tinta se volcó en sus notas. Observó que la alfombra se estaba elevando de nuevo. Lleno de incertidumbre, intentó que el bulto volviera a su lugar golpeándolo con una silla. No dio resultado. Tomó un cuchillo de la cocina y desgarró la alfombra, pero descubrió que el bulto se encontraba en el piso de madera. Sacó tablas y se encontró con una elevación de la tierra.
Salió de la casa, pensaba en pedir ayuda al vecino más cercano. Cuando volvió con el señor que había aceptado acompañarlo, descubrió que el temblor había parado y que el bulto, desaparecido. Su acompañante lo miraba con una expresión extraña en el rostro. Arthur Rolf tenía la fama en el vecindario de una persona fuera de lo común y solitaria, este suceso parecía confirmar los temores del vecino.
Ahora, todas las noches, se escuchaban los golpes de la tierra, los temblores habían quedado atrás, solo se oía un constante repiqueteo como el de un martillo golpeando un yunque.
El ruido comenzó a escucharse de nuevo. Rolf ya no podía soportar más. Su vida no había sido ni era en ese momento muy valiosa. Decidió el peor de los finales. Tomó la escopeta que siempre guardaba bajo la cama para defenderse. Le parecía increíble utilizarla con un objetivo totalmente diferente al propósito inicial.
Se escucha una detonación. Figuras vestidas de blanco entran en la habitación. Pronto el blanco también sería el color de la vestimenta de Arthur Rolf.

Fin



Un extraño día en Julio

Por Amira Majdalani


Año 1963. Mateo era un niño de doce años. Vivía en un pueblo lejano de Castilla La Vieja junto a su familia. Era optimista y buena persona. De grande quería ser como el General, un hombre adinerado proveniente de una familia aristocrática. Sus padres le advertían que el General no era un buen hombre. Crueldades y abusos dominaban su persona. Sin embargo, Mateo los ignoraba. La admiración que tenía por aquél hombre era más grande que cualquier defecto humano que podía llegar a tener. Tal vez, porque era diferente. Quizá porque anhelaba poseer los bienes que el General tenía.
Mateo iba todas las mañanas a una escuela humilde que se hallaba cerca de su casa. Todos los niños del pueblo se educaban allí. Por las tardes siempre jugaba a las escondidas con sus amigos a las afueras del pueblo.
En una de aquellas tardes soleadas de Julio, Mateo buscaba sin cesar algún escondite que fuera novedoso para los curiosos ojos de sus amigos. Corría y corría a través de los pastos largos que impedían ver al otro lado. Luego de tanto correr, se percató de que se encontraba perdido en medio de aquella soledad. Tenía hambre y frío. No veía la hora de volver a su casa para acurrucarse en los brazos de su mamá. La noche pronto iba a caer sobre sus hombros. De repente, distinguió a una persona corriendo, no muy lejos de donde él se encontraba, hacia el exótico arroyo. Comenzó a seguirla. La figura intrigante no dejaba de correr. Trataba de seguirla lo más cerca que podía. Por fin la carrera finalizó en donde comenzaba el arroyo. Mateo pudo distinguir a una niña de la misma edad que él. Tenía cabellos dorados cual rayos de sol y labios rojos cual carmín. Llevaba un vestido blanco con bolados y puntillas. Su persona irradiaba energía positiva. La pequeña se sentó sobre una roca e invitó a Mateo a que la siguiera.
- ¿Por qué estás sola? – preguntó Mateo intrigado.
- Estaba jugando con mis amigas hasta que me perdí. – sonrió dulcemente.
- A mí me sucedió lo mismo. ¿Tú eres de acá? Nunca te vi por estos lados. – dijo Mateo.
- Soy de un pueblo vecino. A nosotras nos gusta jugar cerca del arroyo– respondió observando detenidamente al niño, con sus ojos azules.
- A mí también pero como no se volver tendré que esperar a que me vengan a buscar. –
- Mientras esperamos, ¿quieres que te cuente una historia? – preguntó la niña.
- Si – respondió mateo animadamente ya que le encantaba escuchar historias.
La extraña niña comenzó su relato de la siguiente manera:
“Guerra Civil española, 1936 – 1939. El cielo era de color gris. Las nubes lloraban su inocencia. El sol se escondía. Las hojas de los árboles del bosque no dejaban de susurrar. Helena, una joven de 20 años, se encontraba arrodillada sobre el pasto. Ella sentía una profunda angustia en su corazón. Lágrimas silenciosas recorrían sus mejillas pálidas que habían perdido color. Los mejores días de su vida habían quedados guardados en dulces recuerdos.
Todo empezó una mañana fresca, en donde ella se encontraba caminando en el bosque. A Helena le encantaba realizar aquellas caminatas largas que le ayudaban a reflexionar sobre su vida. Vivía en un pueblo, en el corazón del bosque, en una casita humilde junto a sus padres.
Helena siguió caminando hasta llegar a una fuente, cuyas aguas cristalinas llenaban de alegría a los ojos observadores. Ella miraba detenidamente su reflejo en el agua. En ese instante, ve que su reflejo estaba acompañado por otro. Helena se dio vuelta. Un joven apuesto se encontraba detrás de ella. Las miradas de los dos jóvenes se entrelazaron. Eran el uno para el otro.
- Me llamo Juan Manuel. ¿Con qué joven hermosa tengo el gusto de hablar? – dijo el joven.
- Soy Helena. – se sonrojó al responder.
- Qué extraño que no te haya visto nunca. – dijo Juan Manuel.
- No soy de salir mucho. – dijo Helena quien no podía mirarlo a los ojos.
- Esta guerra civil no nos va a dejar tranquilos por un buen tiempo. – reflexionó el joven.”
Mateo estaba confundido.
- ¿Qué es eso de la guerra civil española? – preguntó.
- Durante la guerra civil española se enfrentaron dos bandos. De un lado, los partidarios de la república: en él estaban los republicanos y liberales, socialistas, anarquistas y comunistas, así como los pueblos de España que luchaban por su autonomía frente al centralismo de la monarquía. Del otro lado, estaba el bando nacionalista: en él participaban los partidarios de la monarquía y los grupos simpatizantes de las ideas del fascismo y el nazismo alemán. – respondió la niña quien había parado su relato para responder aquella pregunta. Al ver que Mateo entendía igual o menos, prefirió seguir con el relato.
“Los dos jóvenes continuaron con la conversación agradable y gentil hasta el atardecer, cuando Helena se percató del tiempo que había pasado fuera de su casa. Debía volver lo más rápido posible. Así que se despidió de su enamorado y se dirigió a su casa llena de alegría y gratitud.
Al llegar sucedió lo esperado. Su padre estaba enojado. No le gustaba que su hija saliera de la casa después del mediodía. En esos tiempos, soldados patrullaban por toda la región matando a personas inocentes, humildes y honestas. Por esa razón, le prohibió volver a ver a ese joven. Helena corrió a su habitación llorando. Sentía que ese muchacho era su gran amor y no quería perderlo.
Desde entonces, los dos jóvenes se escapaban de sus casas por las noches para encontrarse bajo la luz de la luna y las estrellas donde sus únicos cómplices eran las luciérnagas. Se veían cerca de la fuente, donde se habían conocido, para escuchar esas dos palabras que saben a gloria: te amo. Durante el día, Helena, aparentaba normalidad frente a los ojos ciegos de sus padres. Ellos creían que su hija se había olvidado de aquel muchacho insólito y de que solo se había tratado de un capricho pasajero.
En una de las tantas noches, en donde la pareja se encontraba cerca de la fuente como de costumbre, el cielo estaba salpicado de estrellas. El aire que los rodeaba olía a rosas. El viento susurraba una melodía romántica.
- Helena, quiero regalarte este collar como símbolo de mi amor. – dijo Juan Manuel enseñándole una cadenita plateada de la cual colgaba la inicial del nombre de su amada.
- Muchas gracias, ¿serías tan amable de ayudarme a ponérmelo? – preguntó Helena sonrojada. Juan Manuel le corrió el pelo y con la ayuda de sus dedos finos y alargados pudo abrochar el collar.
Como se amaban aquellos dos. Todo era maravilloso hasta que el grupo de soldados tan temido los despertó de aquel sueño. Eran como cuatro hombres. Ellos estaban listos para matarlos. La vida de la pareja corría peligro. El joven suplicó a los soldados que no mataran a su amada. Helena se cubrió la cara con sus suaves manos. La luz escapó de los ojos de Juan Manuel. En un abrir y cerrar de ojos, él había entregado su vida por ella. Por fortuna, algo de piedad quedó en aquellos hombres para perdonarle la vida a Helena.
Y allí se encontraba, arrodillada sobre el pasto, con el corazón partido. Le habían arrebatado a su amor. Apretaba con firmeza contra el pecho al collar que su amado le había regalado. Con el tacto sintió unas palabras grabadas en el reverso de la medalla con forma de H. Juntas formaban la frase: “No me olvides”. ¿Por qué tanta crueldad en el mundo? ¿Por qué las personas matan sin ninguna razón? La guerra entre el bien y el mal siempre existió en la vida y en los cuentos. Helena se hubiera sumado a esa guerra ya que su corazón estaba lleno de odio. Pero su gran persona se lo impedía. La venganza no iba a hacer regresar a su amado.
En la vida hay momentos felices y otros difíciles. A los primeros hay que aprovecharlos y a los otros hay que sobrellevarlos. Ése era uno de los momentos más tristes para Helena. A lo mejor, si le hubiera hecho caso a su padre nada de todo eso hubiera ocurrido. Pero el destino lo decidió así. Sin embargo, los aprendizajes de la vida suceden por algo. Ahora solo quedaba pensar en el futuro. Ese futuro en el que cada uno debe llevar a cabo su misión. Helena ya sabía cual le correspondía. Siendo así, la muerte de Juan Manuel, no habrá sido en vano.”
Mateo estaba boquiabierto. Aquella historia le había producido una sensación de angustia, pena y odio. Estaba enojado consigo mismo. ¿Cómo podía idolatrar al General siendo tan perverso al igual que aquellos cuatro soldados? Se sentía avergonzado. No había escuchado a sus padres al igual que Helena. ¿Cómo podía existir personas tan crueles? La rabia lo dominó y lo guió a arrojar una piedra al agua del arroyo. Lanzó con todas sus fuerzas pero la piedra rebotó de regreso. Ahora sí que estaba más sorprendido que antes. Algo inexplicable había sucedido. Miró de reojo a la niña que lo acompañaba en busca de alguna explicación para aquél episodio increíble.
- Todo lo que le das a la vida, ella te lo devuelve.– dijo la pequeña.
Mateo se quedó pensando en esa respuesta. Miró hacia el agua para volver a observar detenidamente la piedra. Pero lo que más le llamo la atención fue su reflejo y el de la niña que lo acompañaba. Un destello provenía del cuello de la pequeña. De la cadenita plateada colgaba una medalla en forma de H. Mateo no lo dudó un segundo. Giró rápidamente sobre sí mismo. La niña había desaparecido.

Fin